Llegó el invierno y Sarah permanecía en un charco embarrado, empapadita hasta la médula de lluvia porque no veía la puerta de ninguna caseta y los otros tampoco la dejaban entrar. Así, día tras día, me iba a mi casa con el corazón roto, no dormía por las noches pensando en su imagen desamparada. Cuando llovía mucho conseguía que Geral se la cargase en los hombros y la llevara a un chenil donde me metía con ella de rodillas para secarla y calmarla, pero su tristeza no tenía consuelo. Con sus enormes patas buscaba a tientas mis manos a las que se aferraba con ansia......, solo era una cachorra ciega necesitada de cariño y comprensión. Aquello no era vida para un animal que además no veía. Y no pude más. Me costó convencer un poco a mis hijos pero lo logré y una tarde de fuertes tormentas nos fuimos a por ella. Cristina, la entonces presidenta de Proa me advirtió: te vas a meter en un buen lío, es muy grande, tu piso pequeño, se hará pis y caca y lo vais a pasar mal. Pero pese a todo...............nos la llevamos.
Las primeras horas fueron un caos en mi casa, traía de todo encima la pobrecilla, pero desde ese primer día me obligué a bajarla a la calle, en "carretilla", porque no daba un paso, cogida por las patas delanteras y forzándola a andar con las traseras llegamos hasta al parque. Allí hizo sus cosas. Y a los dos días ya andaba erguida, con collar y correa, pegadita a mi lado, siempre a mi lado. La enseñé a ladrar, andar, correr y valerse por sí misma hasta que fue como los demás perros. Nadie sabía que estaba ciega. Y la operamos en el Doctor Villagrasa. Le tuvo que quitar los dos ojos, pero le pedí que le pusiera unos postizos. Solo se le pudo poner el derecho, en el izquierdo fue imposible, tan mal estaba que no tenía donde anclarlo. Pero quedó guapísima porque tenía un dibujo natural en los párpados bordeando el ojo y le pedí que lo respetaran. Parecía que tenía la raya del ojo pintada como si el ojo lo tuviera cerrado voluntariamente. Desde entonces la llamamos nuestra "Faraona" .Y Sarah fue como cualquiera de nuestros perros, nunca tropezó con nada y subía y bajaba escaleras como los demás. Encontraba su habitación, su agua y su comida sin problemas y salir a pasear con ella era una gozada: nadie se atrevía a acercarse a nosotras porque su impresionante cuerpo imponía. Era mi niña, mi amiga, como una hija. Me adoraba y conocía mi caracter como ninguno de mis otros perros, sin ver, sabía cuando estaba triste o alegre. Si estaba mala, rondaba a mi alrededor toda preocupada, nerviosa, queriendo saber qué me ocurría. Siempre durmió en mi habitación. Me acostumbré a sus ronquidos y ella a los míos. Y fue muy, muy feliz y nos hizo muy felices a todos nosotros. Siempre nos la llevamos a todas partes a pesar de su enorme tamaño y ocupar conmpletamente los asientos de atrás de nuestro coche.
Sarah, ¡¡¡¡ cómo te quiero, cómo te echo de menos !!!!. Mi casa, a pesar de mis otros perros, está vacía sin tí...... Espérame donde estés...., algún día nos encontraremos. |