Los
animales y la naturaleza son poca cosa para el hombre cuando el
hombre es poca cosa.
Querer y respetar la vida es un privilegio de personas educadas,
porque labrar el amor requiere esfuerzo e inteligencia.
Los
amantes de los perros, los que estamos persuadidos de que los animales
tienen derechos, nos debatimos en un mar de aguas encrespadas por
vencer la indiferencia y la crueldad, patrones sempiternos del trato
que el hombre les provee.
Promovemos
la esterilización como el único medio incruento y
aséptico de control de la población canina en las
ciudades porque sabemos que casi todos los perros que nacen en el
mundo vienen a padecer un insondable sufrimiento.
Al
mismo tiempo reprobamos la industria de las tiendas de mascotas
que venden animales, porque crean relaciones no amorosas que se
dan cuando la compra del animal es por un divertimento pasajero.
El niño, por ejemplo, que compra un perrito como se compra
un juguete de plástico, y que después, cuando el animal
crece o la familia sale de vacaciones, lo deja abandonado porque
ya no lo divierte o porque no puede cuidarlo. El que hace un comercio
de vender animales, si vende diez perros reproduce diez perros,
si vende cien perros reproduce cien perros. Los perros que pueden
adoptarse en los albergues tienen una sola diferencia con los perros
de las tiendas de mascotas, y es que están sucios. Se bañan
y ya está. Son tan maravillosos amigos y tan cariñosos
como el que trae un estúpido certificado que pretende avalar
su abolengo.
La
grandeza de un hombre está en ser bondadoso pudiendo ser
malo, porque ser bueno cuando se está acorralado o no se
tiene posibilidad de escoger, no tiene mérito. Ser piadoso
con los seres física o intelectualmente inferiores es un
imperativo moral para el superior, si no, no es superior. Es, al
contrario, un esperpento de arrogancia que pone a su especie, porque
sí, por encima de las demás que habitan el planeta.
Es ilógico e inmoral, es vergonzoso para nuestra especie
que siendo el perro el mejor amigo del hombre, sea el hombre el
peor amigo del perro.
La
mayoría de los hombres torturan por crueldad, por indiferencia,
por ignorancia, por estupidez o por sádico placer a casi
todos los perros del mundo. Ninguna de estas actitudes son adornos
para quienes las ejercen. Suelen decir "al fin y al cabo es
sólo un animal", expresión irreflexiva y rastrera
con la que descartan sin ver las cualidades del "sólo
un animal", y les niegan derechos.
En
estos tiempos difíciles para la bondad y para el optimismo,
tiempos de corazones avariciosos y espíritus devastados,
suelen decirme que es pueril hablar de perros que sufren. "¿Por
qué te preocupa el bienestar de los perros si hay tantos
niños hambrientos?", es algo que escucho y escuchamos
todos los defensores de animales, cada día.
Se
pretende que son dos problemas diferentes, uno los niños,
otro los perros. Yo creo que es un solo problema que se reduce a
la crisis del hombre y de los tiempos que vivimos. El planeta da
alimento para el niño y para el perro, pero no lo lleva a
sus bocas. Son sus padres y sus amos, sus gobernantes y sus pastores,
sus líderes y sus ilusionistas los que hacen mal reparto
de los bienes y de la justicia.
No
sólo los perros y los niños necesitan ayuda y amor.
Hay ancianos, seres hambrientos, individuos enfermos, hombres tristes,
solitarios, encarcelados o adictos a las drogas que mendigan su
cuota de solidaridad. Y no es quitarle alimento a los perros para
darle a otros desamparados la solución milagrosa para todos
los males. Nada se va a solucionar en el mundo del egoísmo
y la perversidad mientras la conciencia de la humanidad no camine
hacia otros rumbos.
Nunca
vi a un perro deambulando por las calles buscando a quién
morder, ni a un león trasladándose desde la selva
a quitarle la vida a un ser humano de la ciudad, o a un toro buscando
la plaza y a un sujeto vestido "de luces" para embestirlo.
Es el hombre el que apalea al perro, lo amarra con cadenas, lo aísla
y le niega el agua, y después le dice "perro asesino"
cuando el animal reacciona defendiéndose.
La
insobornable fidelidad del perro, que no conoce el más fiel
de los hombres, paga demasiado caro el mendrugo de amor que a veces
recibe. Los perros aúllan su pena eterna, mientras los hombres
torpes hacen eterna la pena de vivir en la oscuridad. Pareciera
que se levantan cada mañana a buscar bienes, bienestar, recursos,
pero todo lo estropean. Han cambiado el amor por el dinero y el
buen nombre por el éxito. No respetan al río, al árbol,
al perro, al vecino, al amigo, y alguna que otra vez dicen que no
comprenden por qué no hay justicia, por qué no hay
paz. Desdichados perros. Desdichada humanidad.